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Cindy Vargas Vento

Saludo al Sol - Testimonio


De todo lo conversado, una frase me capturó de inmediato: "Saludo al Sol"

Eran días en los que la búsqueda de equilibrio y una dosis de autodisciplina eran fundamental, jamás imaginé que el yoga me acercaría a profundidades tan efímeras pero omnipresentes.

"No hay un lugar cercano donde empezar, no tengo tiempo" era la típica y consciente excusa para postergarme, y con ella, el agotamiento. Pero, cuando decides recorrer tu vida haciéndote consciente que eres parte del universo y que el todo es guía y guardián de aquello que has venido a experimentar en esta vida se convierte cada circunstancia en una alerta, una señal. Y felizmente, así empezó.

“El momento en que más excusas te pones, es cuando más debes hacerlo.”

 

En el principio era yo, manos al corazón, una palma pegada a la otra, para luego estirarme hacia el oeste, reincorporarme, y dejarme caer. Manos al suelo, un salto hacia atrás: una plancha, media plancha -no tengo fuerza en los brazos- , postura de cobra, siento una presión en la columna, no importa, respiro para olvidar. Activo mis pies, doy un salto hacia adelante, me elevo, me recojo y termino donde empecé. Una vez a la semana, dos veces, jamás pasé de dos. No podía hacer el saludo al Sol sólo cuando sentía que el tiempo me lo permitía: tenía que ser consecuente, debía hacerlo todos los días. Éste debía, en el fondo, guardaba un deseo, uno del alma, y no podía seguir alimentándolo a medias.

Un espiral finito, profundizando día a día una intención, haciéndome cada vez más consciente de la importancia de mi respiración, aprendiendo –y desaprendiendo– algo nuevo: “sé suave, agradece, evita hundirte en la inalcanzable perfección, suelta, juega, aprende de la compasión, que tu dolor sea puente...”

Mi ritual se convirtió en una pequeña disciplina, mi consciencia empezó a abrir mi corazón y comenzó a necesitar algo más: compartir. Quise unir en mi camino a amigos y extraños, no funcionó y no lo entendía, no los entendía. En esta curiosa búsqueda de compartir y lograr otro nivel, como caída del cielo, –de la red– en total sincronía, apareció Zenda con una oportunidad súper especial.

Mi corazón lo sabía, había llegado el momento de experimentar algo nuevo: celebraríamos su vuelta alrededor del sol.

Momentos antes de entrar, sentía que todo me daba una dulce bienvenida: los árboles moviéndose con el viento fresco, el vigilante en su caseta, los perros jugando en el parque y un hermosa minina tan oscura como la noche que nos albergaba. Al atravesar el umbral de la puerta vi sonrisas llenas de gratitud, de tranquilidad, abrazos enérgicos, amarillos, azules centellantes, y una deliciosa pila de galletas en la mesa. El instante, sumamente cálido, se impregnó en mí, y el miedo de llegar a un lugar lleno de desconocidos iba desvaneciéndose, el calor humano lo espantaba.

Era momento de iniciar la celebración.

Nos invitaron a pasar y mientras cada uno tomaba su lugar, Sasha nos contó con sonrisa juguetona que tenía una sorpresa: haríamos la clase de yoga con los ojos vendados. La sorpresa hizo su trabajo, me quedé fría, llena de dudas pensando si lograría hacerlo: navegaba mi lado oscuro, el miedo a mis limitaciones. Sin embargo, la idea me cautivaba, era ésta una hermosa envolvente, la excusa perfecta para descubrir la puerta en mi interior.

Mi falta de experiencia hizo que no lleve a cabo la aventura de principio a fin. Pero insertando lo aprendido a mi práctica diaria, comprendí lo que se quiso conseguir: hoy mi saludo al Sol es el saludo a mi esencia, la celebración a sentirme una con el universo, reconociendo lo ínfimo de mi existencia como parte de él, abriendo las puertas al santuario que me habita.

La actividad corporal iba desvaneciéndose, aprendí lo que es un intenso pranayana, y en la medida que mi revolución corporal se rendía, nuevas frecuencias me abrazaban: Ruy ya no estaba de fondo, se había apoderado del espacio.

Sasha nos ofrendaba como hermosas vasijas vacías dispuestas a reflejar esta luz. Con mis sentidos totalmente despiertos y agradecidos por cada una de las sensaciones, –por la emoción de la aventura y el viaje descubriendo rutas secretas y reconociendo antiguos senderos– el miedo hizo una tregua para dejarme habitar por la vulnerabilidad y despojarme de él, hasta las lágrimas.

Cuando asistes a la celebración de un aniversario se espera que las personas lleguen con obsequio y muchas felicidades. Zenda, no podía ser ajena a este agasajo. Lo sorprendente fue que a cambio recibimos esta poesía subliminal para el alma, por la cual estaré siempre agradecida: Namaste.

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